Blogia
EL ESCALENO (crónicas)

Buscando la vida

Buscando la vida Fue el año pasado cuando por primera vez pisé aquel lugar.

Mi intención, por encargo de una amiga, era ir allá y descubrir si una pequeña niña de nombre Fabiola aún existía.

El lugar se ubicaba por la avenida Brasil, cerca al mar. No había otra forma de ingresar a ese lugar custodiado por monjas intransigentes, que utilizando mi posición de periodista.

Quizás fui contra la ética que me inculcaron en San Marcos, pero un comunicador debe ingeniárselas si quiere la noticia. La blanca mentira argumentada estuvo relacionada al desarrollo de una nota de interés humano para un profesor de renombre, Manuel Jesús Orbegozo.

Al entrar a aquel lugar que parecía la extensión de la iglesia de al lado, una morena señorita me dijo que la madre superiora me esperaba en la sala para efectuar la entrevista.

Luego de 30 minutos de una conversación acerca de la indigencia del lugar, le pedí a la anciana moja, dar un paseo por los interiores del sitio, para así poder ser objetivo.

Ella dudándolo un poco aceptó y cautelosamente al abrir la puerta, la inconmesurable brillantes del sol me cegó por completo.

Cuando recuperé la visión me encontraba en un pasaje cercado por dos paredes azules de gran altura, parecía un pequeño laberinto en el cual cada paso que daba me dirigía a una nueva curva.

Fue así que llegué hasta un patio lleno de pelotas, columpios, juguetes y atrás de aquello, varias habitaciones llenas de algo, digo de “algo” porque la monja, que estaba a mi costado, no me permitió ir hacía el lugar.

Pude apreciar también un pasaje hacía la iglesia, y junto a esa puerta una gruta, en la cual creo que se encontraba Santa Rosa o la Virgen María.

Entonces, la madre superiora me invitó a dirigirme al segundo piso para ver como los niños estudiaban. Yo sin titubear, di el visto bueno.

Desde el vidrio de la puerta del salón de clases la madre me explicaba cuál era la dinámica de estudio que ellos seguían y me detallaba quienes se encontraban ahí adentro.

Bastó que exclamara el nombre de Fabiola para que mi interés por entrar sea insistente. Obteniendo lo deseado y disimulando interés me dirigí hacía la pequeña niña de 8 años, mientras la madre le comentaba a la profesora quien era yo.

Para entonces, mi grabadora estaba escondida en mi manga y la silla de al lado de la pequeña y robusta niña de cabello corto laceo y tez blanca, se encontraba vacía. Ya sentado a su lado le empecé a interrogar desde su nombre hasta que hacía en su cuaderno.

Ella muy vivaz se percató de la grabadora y me hizo la tajante pregunta de porqué la grababa. Casi al momento de responderle la maestra venía hacía nosotros, nada más me quedó la alternativa de darle un giro completo al tema.

Estuve 5 minutos dentro de aula viendo a los niños realizar sus trabajos y escuchando a la profesora decirme que ellos no tenían madre y muy pocos a algún familiar.

Momentos después, la madre superiora me preguntó si lo experimentado era suficiente para realizar mi trabajo. A tanta presión sólo respondí que sí.

Al salir del lugar la responsable me iba contando que su dedicación era exclusiva para los niños menores, pero no niños cualquiera, ellos tenían algo mas que especial, algo muy triste. Ellos tenían VIH.

Grande fue mi conmoción que al salir, ya quería ingresar nuevamente. Yo necesitaba estar ahí de nuevo.

(...) Entre cuadernos y clases en la universidad pasó un par de meses y aún no había olvidado aquel lugar llamado la “Posadita del Buen Pastor”.

En mi interés de abordar el tema, exprimirlo y comérmelo; pedí apoyo a quien es mi mejor amigo desde el colegio, Martín. Él, junto a sus 2 amigas del cercado de lima, acordaron para acompañarme al lugar, pero esta vez, con la finalidad de postular para realizar servicio humanitario.

No tuvimos problemas al inscribirnos como “voluntarios”. La primera charla fue de capacitación acerca del Sida donde nos mostraban los riesgos a que los que nos sometíamos. Una encuesta sucesiva y era todo. "Tú te encargas de la limpieza, tú de jugar con los niños, tú de ordenar los juguetes, y en su próxima visita todos cambian de tarea", eran las ordenes de Christian Mimbela, responsable de dirigir a todos los voluntarios.

En total éramos casi 25 personas repartidos en varios grupos y seleccionados por horas y días. Gracias a dicha distribución pude conocer a gente buena, de toda edad y de toda clase.

A veces uno piensa mucho y discrimina a las personas enfermas y más aún a las que padecen VIH, pero cuando cualquiera que tenga corazón, ve la carita alegre de algún niño con síntomas degradativos, se olvida completamente de peligro alguno.

Nos presentaron ante los niños. La mayoría era menor de 10 años, sólo 2 mujeres tenían 15 y 17 (adolescentes que optaron por la prostitución sin pensar en las consecuencias). Había ahí también una bebé de apenas meses de nacida y todos se trataban como hermanitos.

Fabiola era la más despierta y también la más caprichosa, siempre ponía las pilas para empezar algún juego. Por otro lado Erickson y Alex se divertían jugando a los “taps” y los restantes como lady y sus amigas se iban columpiando en el balancín y jugando a las escondidas.

Al saber un poco magia, quize hacerle algunos trucos con las barajas a Ericksoon, Brando y Alex. A ellos no les importó mi gran actuación y me pidieron jugar al "nervioso".

Entre tanta despreocupación al jugar llegó un momento en el que, no sé porqué, comencé a observar detenidamente las pequeñas heridas cicatrizadas que tenían los niños en las manos y ciertas partes de su cuerpo, además de ver como una encargada se cubría las manos para cortarles las uñas del pie a los infantes.

Sentí temor, más porque ellos se colgaban en mi cuello y me apachurraban pidiéndome que los carge y les de vueltas o porque me tomaban de las manos y las niñas me pedían un beso.

Lo comenté con Martín y el también pasaba por lo mismo, sólo sus amigas nos dieron a entender que no deberíamos ser indiferentes, que nos pongamos en su lugar y que nos divirtiéramos junto a ellos.

El segundo día de la semana que a Martín y a mi nos tocaba acudir a realizar voluntariado, todo fue diferente no hubo tiempo ni para respirar pues jugué con todos.

Les empujaba el triciclo, lance penales, columpié y conversé gratamente con las niñas, jugamos “play station” con los más grandecitos (en aquel lugar que al principio la monja no me permitió entrar) y al final de limpiar y arreglar todo el desorden originado, los demás y yo antes de irnos a las 6:00 p.m., despedimos a los niños en el comedor donde les esperaba su antirretroviral y sus suculentas lentejas.

Así fui haciéndome amigo de todos en la “posadita” hasta que llegó el día de ir a la playa. A la actividad nos apuntamos todos menos Martín quien un día antes me hizo una pregunta extraña que literalmente decía “¿Si tuvieras sida, tendrías un hijo con alguien que conoces, te gusta y que también tiene sida?”.

Quizás la fobia ya lo había apresado y poco a poco decidió desistir. Cristina, Dayana y yo junto a amigos de las universidades Católica y de Lima emprendimos el viaje junto con todos los niños, incluyendo la bebita de 4 meses de nacida.

La playa escogida fue “Punta Negra”; un acogedor y extenso lugar de pura arena en la cual la brisa, el sol y lo helado daban armonía para gozar de una agradable tertulia.

A Dayana y a mi nos tocó cuidar a Carlos, una niño muy callado pero demasiado travieso. Él tenía 7 años aproximadamente, era robusto por la desnutrición y tenía el cabello muy corto.

Al dar un paseo por la orilla del mar, me paré a conversar un momento con mi compañera y 3 minutos después la cara disgustada junto al silencio de Carlos, y la llamada de Cristina comunicándonos que debíamos regresar, culminó con mis pies quemados por el largo tramo que tuve que cargar al pequeño intransigente que por nada del mundo cambiaba el rostro.

Cuando acompañamos a los niños a ingresar al mar, la sal de éste produjo un brillo intenso en sus heridas. Unas heridas que parecían picaduras por toda la extensión de sus brazos y que, a la vez, originaban fijarme si en mi cuerpo había algún tipo de abertura riesgosa.

Pasaron las horas, almorzamos y jugamos juntos, algunos terminaron molestos porque no pudieron jugar con quien querían. El regreso al “albergue” fue intenso pues todos se quedaron dormidos, a mi me toco ir junto a Erickson, un niño muy simpático; pelado, gordito y cabezón que apenas tenía 4 dientes. A mi izquierda estaba Alex, descansando luego de una pelea por una galleta con Erickson, él era de esos que te conversan hasta por las puras.

Ahora que lo recuerdo bien, también conocí a una niña-la cual no recuerdo su nombre- era flaca, de cabello largo hasta la cintura y siempre paraba columpiándose con Lady. Ella me contaba cada uno de sus sueños, llamándome la atención uno de los muchos que me contó.

Ella me dijo que soñó que moría. Que alguien entraba a la posadita y mataba a todos, que sangraba mucho y nadie la ayudaba. Mientras narraba cambiaba de tono a cada momento, me confesaba también sus anécdotas, de quien era novio de quien y que un día Erickson después de besarse con Lady se escondió debajo de la cama de ella.

Aquella niña no me parecía estar muy cuerda. Según la madre superiora, el antirretroviral, sólo extendía un poco más el tiempo de vida de estos niños que recibían una balanceada alimentación y uno que otro día, actuaciones y donaciones de algunas empresas compadecientes.

Quizás aquella niña soñó con su futuro y lo tomaba con mucho miedo. Lo cierto es que aquel día fue la última vez que tristemente pisé la posadita, trayendo conmigo un bonito recuerdo de quienes hasta ahora no sé si aún vivirán.

Al menos para algo sirvió mi travesía en aquel lugar custodiado por la imagen de Cristo desde la iglesia de al lado. A mi amiga, la madre de Fabiola, quién en un principio me pidió averiguara si su hija aún existía, le pude dar una satisfacción enorme días antes de que muera por obra y gracia del ese virus pasajero al que le llaman "SIDA".

2 comentarios

Despistado -

Invalorable experiencia la que viviste. Ojalá hagamos algo pa' apoyar a esos niños que pagan por 'platos' que 'rompieron' otros.

vlat -

Excelente tema. Muy humano. Deberías seguir puliéndolo y darle más difusión. Es una gran denuncia de lo que está pasando en nuestras narices e ignoramos.