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EL ESCALENO (crónicas)

Olvidándome que existo.

Olvidándome que existo. Lo conocí mientras estaba en el colegio y cada vez que pasaba por la avenida pacasmayo, en el Callao, lo veía caminando lentamente a ritmo anquiloso. Sus amigos de siempre eran una gorra y un trapo sucio que parecía sacado del fondo de la tierra y junto a esos zapatitos "Nort star" blancos, el desconocido, le daba la mano a todo aquel que pasaba por su lado pues era muy popular y querido entre la gente del barrio.



Era el año 98 cuando la revolución llegó al C.N.Mx. "Sor Ana de los Ángeles". Varios pequeños grupos querían apoderarse del orgullo de la escuela y suspicasmente buscaban reacciones en los estudiantes de los colegios vecinos.

Pintas y marihuana en los baños, rejas rotas y cuentas pendiente en medio de la plaza de formación, aquel lugar donde siempre se posan los alumnos a castañizarse el cabello luego de ser expuestos al sol durante una hora o más con la finalidad de que los auxiliares consigan hacerles cantar las sagradas notas de nuestro himno. Todo esto podría representar un pasaje de la vida escolar de cualquiera que sea normal de la provincia constitucional.

Lo bueno era que yo jamás había tenido problemas con nadie y transitaba tranquilo por todos lados. Para entonces, mis 17 años me daban la libertad y despreocupación de gritar a mis 4 vientos y tomar las decisiones que crea me causen satisfacción.

Muchas otras veces volví a ver al extraño como hablando sólo. Cada vez que alguien se paraba a conversarle, él rápidamente dibujaba una sonrisa de oreja a oreja y comenzaba a dialogar sin parar. Nadie conocía su vida, sólo unos pocos lo veían entrar a ese edificio donde diariamente se reunian los hombres y féminas más bohemios de nuestra zona.

En mi barrio el virus de la "bohemitis" ya merodeaba y mis juntas contemporáneas iban y venían entre la oscuridad de la noche. Así me hice presa del momento y cuando recuperé la razón me encontraba tirado en mi cama con un sabor a anis y naranja en toda la faringe.

Mi primera borrachera tuvo éxito y pude sobrevivir; no como mi abuelo que no se pudo salvar de la pulmonía que obtuvo por dormirse ebrío en el campo, allá en la sierra, mientras llovía.

Así se inició una de las etapas que muchas madres nunca quisieran experiementar, la adolescencia revelde. Desde entonces no había sábado por la noche que duerma en mi casa, era mediados de año y buscaba ropa ancha y una que otra sudadera para lucirla frente a las señoritas del Colegio Fanny de Mujeres, en la avenida Perú.

Libros y una blanca mentira me servían para escaparme de mi casa por un buen rato. Los días pasaban y no había rastro de escrúpulo alguno en mi. Cuando me dí cuenta esa noche de julio yo ya pertenecía a los "Falcons", la pandilla de mi calle, y me encontraba saltando el muro del colegio santo.

No hice lo necesario para ganarme enemigos, sólo compartía momentos con ellos. Lamentablemente eso, me trajo muchos problemas con gente con la cual jamás tuve roce alguno.

Un día, a la hora de la salida, vi al "forastero" junto al bando contrario, aquel grupo al cual había generado odio y quienes se hacían llamar los "Stonelas". Me fue extraño verlo allí pero de algún modo, dentro de mi, supe que jamás él sería capaz de hacerle daño a alguien.

Derrepente gritaron algo; "Hey Walter conviertete en Munrra o sino pagas" e inmediatamente el candoroso muchacho se puso de rodillas y poco a poco empezó a gritar como un loco, mientras las varias caras exultaban, Walter pegó la media vuelta.

Otro día lo volví a ver pero esta vez con amigos mios. Tenía cara graciosas como la de Charles Chaplin y su cuerpo era semejante a un carrizo. Cuando me lo presentaron, él no dijo ni una palabra.

En una mañana de agosto tomé un carro hacía el aeropuerto Jorge Chávez y en el transcurso de mi viaje gran sensación me originó ver encima de un carro lleno de polvo a Walter con ese mismo trapo y la gorra azul marina con el logo de Repsol.

Caminaba por la calle los jesuitas a las 8 de la noche cuando de pronto una lluvia de piedras se aproximaba hacía mi. La gente sorteaba las piedras y algunos con verduguillos y correas en mano desafiaban la vida y la muerte.

Luego de la conflagración el resultado fue todos a la clínica y varias personas quejándose por sus pertenecias, perjudicadas producto de los golpes de las piedras.

El helado frío amenizaba cada noche y casi siempre ocurría lo mismo. El final del año 98 era el final de mi vida de estudiante. Tres días antes de mi fiesta de promoción, Walter pasó por mi calle, lo detuve y comencé un darle un circunloquio.

Entre sus palabras brotaban emociones desconocidas y los sentimientos lo envolvieron tanto que a cada rato cambiaba su estado de ánimo. Ahí supe que el no estaba bien y que trabajaba limpiando carros por pagar sus medicinas, su padre y su madre hacían su mundo y él luchaba por vivir. Al mismo tiempo que terminaba de contarme eso me decía alegremente que él enviaba mensajes a las diferentes pandillas de la Ciudad Satélite Santa Rosa y es por ello que era tan conocido.

Walter, tenía muchos sueños hablaba y hablaba, reconociendo que él sólo iba a sacar adelante a su familia y que le había ido bien el día de hoy limpiando los vidrios de los automóviles que recorrían las avenidas Pacasmayo y Tomás Valle.

Sólo había un pequeño detalle entre tantas utopías, Walter tenía alzaimher y su estado estaba avanzado. Hasta hoy lo veo en la avenida pacasmayo hablando sólo, parado y contemplando los dedos de su mano derecha y con la otra, agarrándo fuertemente su trapo sucio a la espera de algún piadoso que le bote 10 céntimos por el ligero movimiento de sus "brazos" que hasta hoy, menos mal, sabe que le pertenecen.

1 comentario

Shirley -

gracias, Yo al igual q Tu conoci a Walter siempre me facino la forma en la cual se dejaba llevar,luchando por salir adelante buen ejemplo para lo q pensamos q lo tenemos todo...